Imatge: Carles Palacios/Ariet

Se condenaron a veinte años de hastío
por intentar cambiar el sistema desde dentro.
Ahora vengo a desquitarme…
Versión de L. Cohen, «First we take Manhattan» por MORENTE & LAGARTIJA NICK, Omega.

A Pablo Molano, a las amigas y amigos, a dos años de sostener el dolor de tu ausencia

PRIMERA PARTE – FUROR

La rapidesa amb què els insurgents s’havien organitzat en quelcom que semblava un exèrcit podria haver semblat molt remarcable en qualsevol altra país que no fos Catalunya. Però el Principat tenia una llarga tradició d’acció col·lectiva. A les guerres civils del segle XV, els pagesos havien format «sindicats» força eficaços. Durant el segle XVI i primeries del XVII […] Costava poc de temps que les notícies de conflictes armats s’estenguessin de l’una vila a l’altra, especialment per tal com era pràctica comuna a Catalunya de tocar les campanes parroquials sempre que els calia ajut. Les campanes repicaren a totes les valls, de Sant Feliu fins a Tordera, durant aquella primera setmana de maig. El camp s’aixecà en armes i hi romangué.

JOHN H. ELLIOT, La revolta catalana, 1598-1640

1

En Catalunya podría haber pasado cualquier cosa. Tal vez.

Estaban las energías psíquicas y la capacidad de autoorganización. Existe además un inmenso deseo de interrumpir el desastre presente… y comenzar de nuevo. ¿El qué? Tampoco está claro. Pero, lo que no estaba claro en absoluto era quién tomaba la iniciativa.

En todo caso, «grandes y pequeños timoneles» no iban a hacerlo en el interior de su ajedrecismo político. Éste, al principio, parecía inteligente, aunque pertenecía exactamente a esa clase de maldita indecisión que es motor de catástrofe. Una tibieza y un cansancio familiares a la vida metropolitana, familiares a la ausencia de justo furor. ¿Furor juvenil, iuuenis furor…? Dumezil señalaba la tradición antigua, de muchas ciudades de Italia «que se concedían por fundadores una banda de iuuenes conducidos por un animal de Marte». Desde una prehistoria que sigue latiendo no solo etimológicamente en nosotras y nosotros, un furor, a la vez físico y sobrenatural, se ha asociado en el ancho Occidente a conservar o conseguir una independencia cierta.

2

El momento más horrible fue cuando no solo no se quiso llamar a bloquearlo todo, lo que hubiera demostrado tanto de facto como de iure una independencia total, sino que se intentó justificar la parálisis, incluso entre militantes, aduciendo la determinación a ser violento del Estado y sus fuerzas armadas. «Natros som gent de pau», dicen. ¿Nosotros, quién? No serán los mismos catalanes ante cuya providencial ferocidad y agudeza, entre provincianas y montañesas, Maquiavelo recuerda que cuando fue elegido un Papa Borgia, o Borges, en Roma exclamaron «oh no, i Catalani!».

Malditos sean los demasiado pacíficos, pues como se ha dicho su impía cautela les impondrá siempre una amenazante ausencia de paz.

Estando así las cosas, resulta ridícula la pretensión de fundar un Estado soberano, si Estado es el monopolio de la violencia y si Soberano es quien decide el estado de excepción. Ni momento excepcional ni enfrentamiento decisivo. Es cierto, lo que no quería el Govern era desatar un conflicto cuya amplitud e intensidad hicieran que la situación se le escapase de las manos. Una situación de intenso malestar, un odio difuso y calles llenas. Es triste decirlo, pero como en todo estrato culturalmente burgués lo que se quería era negociar. Y no estoy hablando del «movimiento» independentista, estoy hablando de las fuerzas organizadas en su seno, desde partidos y asociaciones hasta la neo-socialdemocracia radical de la CUP —cuyo tacticismo parlamentario se vuelve esencia desde que las buenas cabezas allí presentes quedan pegadas como moscas a la viscosa tela de araña institucional—. Hace ya mucho que se dijo aquello de que la burguesía era la clase discutidora por excelencia. Lo que ha ocurrido es que, enfrente, no han encontrado burguesía, han encontrado Estado, «el más frío de los monstruos fríos», que solo persigue su autoconservación, también, especialmente, contra su propio pueblo.

3

¿Entonces, qué es lo que ha capturado o fascinado a tantas y tantos compas en Catalunya? Es cierto que desde que se acercaba el referéndum y se producían los primeros arrestos, pareció que el Régimen del 78 podría romperse. Miles de personas bajaron a las calles, muchas no independentistas, sintiéndose vivas, rompiendo la soledad. La autoorganización en comités locales se extendía como una de las evidencias políticas de la época. Bloqueo y sabotaje, ocupación o apertura de lugares de encuentro anómicos, positivamente delirantes, y atacar a la policía forman parte de una constelación epocal incumplida. De todas maneras, después de la tristeza de los últimos años, en que el reflujo del ciclo de luchas se ha pagado con multitud de suicidios y con una profundización de la reinante politoxicomanía difusa… algo es algo. Estrategia no, pero sí algo.

4

Fascinación de masa. ¡Por fin bajan las masas a la calle! Esa «gente» extraña a la que uno hace ver que no pertenece.

El día 3 de octubre por la tarde, con Catalunya bloqueada y repletas de manifestantes las calles de Barcelona, nos unimos al piquete que venía de Santa Eulalia, Sants y el Poble Sec. Una multiplicidad en bloque cruzando la metrópoli por donde le daba la gana, coreando «Els carrers seran sempre nostres!». Llegamos al límite de la zona alta de la ciudad, la Avenida Diagonal, donde ya no pudimos movernos. En un momento me fui al baño y a buscar agua. Tuve que ir muy lejos. La composición de la masa que estuve cruzando llevaba igualmente banderas independentistas, pero, en su manera de conducirse, no tenía ninguna pinta de desear la misma independencia. Volví al bloque, pero me sentí infinitamente extraño, así que me despedí y me marché caminado a casa, durante más de una hora atravesando calles llenas de banderas nacionalistas.

Mencionaré que, a mediodía, habiéndonos largado algunos del piquete barrial, hastiados por el ansia de gobernarlo todo de algunas compas, me fui a ver, junto a un piquete infantil en el centro, a una amiga israelí. Allí nos cruzamos con unos amigos anarquistas andaluces, que habían subido a Barcelona y que estaban acompañando un piquete de la CNT. Mi amiga israelí estaba furiosa. Nos metió una bronca monumental. «¡En mi país todo esto ya lo hemos visto, lo llevamos viendo hace mucho!», decía, «abuelas enfrentando cargas policiales y que abrazan a otros policías, a los suyos; banderas nacionales disfrazando ideales emancipatorios, ¡que acaban en el estercolero! Hace días que veo en Facebook mensajes horribles, se están poniendo fotos de abrazos a policías y rozando el supremacismo, diciendo: “Los catalanes sí haremos un Estado como Dios manda”. ¿Y qué pueblo ha sido más oprimido que el pueblo judío? ¡Y mira lo qué ha pasado! ¿Queréis un Estado? ¿Estamos locos o qué? ¿Nosotras no luchamos contra todo lo que éste significa…?» —Ella había leído en la situación todo aquello que quien estaba participando desde el deseo de cambiarlo todo se negaba a reconocer. Fragmentación.

Vicente Barbarroja / G. Sinan