El símbolo del llamado «poder obrero» es el de unos obreros que levantan sus puños y los juntan formando un puño gigante. Así pues el concepto poder obrero viene a significar «la fuerza que consiguen los trabajadores a través de la unidad y la acción colectiva». Para quienes defendemos la utilidad del concepto «poder popular» hablar de «poder obrero» es un sinónimo: lo que construye la clase trabajadora en su lucha. La diferencia es que «popular» hace referencia a «pueblo» mientras que «obrero» nos transporta automáticamente a las luchas laborales.

¿Porqué es necesario para construir sindicalismo revolucionario? Vayamos por partes. En primer lugar el concepto «sindicalismo revolucionario» no tiene nada que ver con que un sindicato haga «vivas» a la revolución. Es revolucionario por que pretende que la sociedad socialista post-revolucionaria se vertebre gracias a los sindicatos. Y éstos, por tanto, tendrán que ser las unidades elementales que la construyan. Por esto se entiende que existieran sindicatos para otros tipos de luchas sociales como los sindicatos de inquilinos o los sindicatos de jubilados.

Para construir esa idea de sindicalismo debe poder crearse dos cosas: por un lado la idea de un «gran sindicato», es decir, sindicatos con conciencia para asumir la gestión de la economía y que éste tenga una cierta fuerza numérica; y por otro lado una auto-conciencia de fortaleza, de capacidad para conseguirlo, que es el «poder obrero». Todo ello se retroalimenta.

Así pues, en los años 70, por poner un ejemplo, en la prensa de la CNT había sindicalistas que hablaban a las claras de que los sindicatos tenían que poder gestionar la Seguridad Social. Otros hablaban de que habría que conseguir el control sindical del INEM. Nos podemos retrotraer a los años 30 cuando los sindicatos firmaban las «bases» (unos convenios colectivos de la época) con la patronal y les imponían cláusulas como que los sindicatos querían participar en la gestión de la empresa. La aspiración al socialismo de los sindicatos de CNT (tanto faístas como treintistas) era evidente. Se podía ver en cada periódico. Cada huelga era una muestra de fuerza, un ejemplo de poder obrero. Entonces se llegaba al caso de poder ganar huelgas antes de convocarlas, por no querer la patronal entrar en un conflicto de grandes dimensiones con unos sindicatos dispuestos a todo. Eso es «poder». Era un símbolo muy potente de lo que pretendía el anarcosindicalismo o el sindicalismo revolucionario, que no era otra cosa que el control de la economía.

Pero aquel poder tuvo que comenzar por el principio, y por ello tuvieron que librar probablemente la mayor de las batallas sindicales, que se desarrollo entre 1919 y 1920, cuando se jugaban el reconocimiento legal del sindicato como representante de los trabajadores, cosa a la que la patronal se negaba con todas sus fuerzas. Gracias a una lucha titánica se ganó.

Hoy en día cuando algún empresario echa la persiana por miedo a los piquetes en las huelgas estamos edificando poco a poco esa legitimidad para nuestros sindicatos. Sabemos perfectamente que sin la acción de los piquetes muchas empresas seguirían abrirían coaccionando a su plantilla. Y luego que hablen de «libertad para trabajar». La gente que lucha se empodera y puede conseguir muchas cosas. Y esas luchas cotidianas crean un imaginario de poder colectivo que se conoce como poder popular, poder obrero o poder sindical, o en Estados Unidos durante los años 60 también como «poder negro», en aquellas comunidades afroamericanas que luchaban por sus derechos y se habían autoconstituido como sujeto político autónomo.

Ninguno de estos «poderes» colectivos son otra cosa que la auto-conciencia de que juntas derrotaremos a la opresión. Son las personas oprimidas quienes tienen en sus manos el derrotar a las opresoras. Y eso lo harán a través de su empoderamiento como individuos y la toma de conciencia como sujetos colectivos. En este caso el sindicalismo contribuyó mucho a generar una conciencia de clase, de personas oprimidas que se organizaban y conseguían victorias. Y esta conciencia ayudó a crear un objetivo en el cual la gente de abajo tendría el control de los medios de producción, el socialismo. La virtud del sindicalismo revolucionario fue instalar una coherencia entre el objetivo (el socialismo), los principios (los del anarquismo) y la estrategia (el sindicato). Entonces es obvio que cuando ya ganas los conflictos casi sin disputarlos y cuando aquellos que disputas se convierten en un tema de debate público nacional, tienes los objetivos del sindicalismo revolucionario cerca. Lo has construido en base a la lucha cotidiana.

Si bien hoy en día recrear aquello de la misma forma no tiene mucho sentido, debemos darnos cuenta de la necesidad de la lucha colectiva para construirnos como sujeto político. En nuestro tiempo esta lucha la vertebraremos a través del sindicato, de la comunidad estudiantil, del barrio, del empoderamiento de la mujer, de la juventud, de la gente veterana, de las comunidades inmigradas, etc. La multiplicidad de sujetos es producto de la destrucción de la conciencia de clase que hace décadas las podía agrupar a todas. Pero también tenemos que evolucionar y adaptarnos a esta circunstancia reforzando cada uno de estos sujetos y haciendo que colaboren unos con otros para llevar a cabo luchas que empoderen a toda la comunidad a la vez. Eso sería lo que algunos libertarios llamamos «poder popular».