A raíz de un artículo de opinión en Solidaridad Obrera titulado La Lluita i la Estrella parece ser que volvió a salir a la palestra el debate sobre las drogas en el movimiento libertario. Un debate que desde luego lleva muchísimo tiempo siendo de vital importancia y que aún no ha conseguido cerrarse, pues no existe consenso total sobre qué posición tomar desde el movimiento anarquista para con las drogas, su consumo y su legalización. Ante este revivido debate y, sobre todo, a partir de ciertas opiniones que escuché, me vi en el deber moral de plasmar mi opinión al respecto.

Si alguien estudia la historia del movimiento anarquista y anarcosindicalista hispano desde 1873 hasta 1939 podrá vislumbrar, entre otras muchas cosas, cómo el cuidado de la salud y la lucha contra las armas alienantes de la burguesía fue algo fundamental y constitutivo para el movimiento libertario. La lucha contra el alcohol, el tabaco y las drogas en general fue un pilar esencial en nuestra lucha, pues se concibió que los vicios no hacían más que nublar las mentes del proletariado, convirtiéndole a este en un esclavo mucho más manso y manejable por la clase dominante.

Leyendo sobre esta parte de nuestra historia, alguien no puede sino quedarse perplejo ante la tolerancia y libertinaje que existe dentro del movimiento anarquista para con las drogas actualmente; producto -sin duda alguna- de las ideas individualistas y hedonistas del capitalismo actual, que nos hacen creer que aquello que nos sienta bien es positivo per se, o peor aún, que evadirse de la realidad es una buena manera de combatirla. No puedo sino expresar mi más sincera tristeza e impotencia ante cierta militancia que en nombre de la emancipación, y en nombre del anarquismo, pregonan a cerca de una supuesta libertad del individuo para consumir drogas mediante justificaciones de todo tipo.

El consumo de drogas no sólo afecta a la salud -tanto física como mental- del consumidor, sino que afecta, por extensión, a su familia y amistades más cercanas. Y quienes hemos vivido la droga en nuestra casa sabemos bien que hay ocasiones que el dolor producido por el tóxico es mayor en el familiar de turno (una madre, una hermana, etc.) que en la propia persona que consume. El problema, o uno de ellos, que reside en torno a todo este tema es que dentro del movimiento anarquista y anarcosindicalista hay muy pocos anarquistas. Es decir, que realmente hay mucho anarquista de palabra pero poco anarquista de hecho, pues al final, lo que prevalece son los hechos de cada individuo, y no sus palabras.

Se habla de que el consumo de drogas es algo prácticamente revolucionario, dando a entender que evadirse de la realidad es un símil del cambio que esta necesita. Tal pensamiento no puede ser sino sustancialmente erróneo, pues como dijo Mijail Bakunin, “para escapar de su miserable suerte, el pueblo tiene tres caminos: dos imaginarios y uno real. Los dos primeros son la taberna y la iglesia. El tercero es la revolución social.” También se postula a favor de la despenalización de las drogas desde el punto de vista de una supuesta libertad individual que, a lo sumo, no puede ser más que libertinaje, pues cuando tu libertad individual atenta contra el bienestar común ya no puede considerarse libertad. ¿Podría considerarse que los jóvenes de 12, 14,16 o 18 años son conscientes y “libres” para consumir drogas y ser responsables de su propio cuerpo? Y claro, nadie podría objetar nada porque eso sería coartar su “libertad individual“ según ese nihilismo abyecto disfrazado de anarquismo.

Hay que dejarlo bien claro: con el consumo de drogas, una sólo puede evadirse de su dramática situación, pero solamente levantándonos contra el Estado y la sociedad burguesa podemos dejar de ser lo que nos han condenado a ser. La clase obrera que en 1936 alzó la bandera revolucionaria apenas sabía leer y escribir, pero se forjaron en la lucha y en la cultura y sabían muy bien que no debían embrutecer sus cuerpos y mentes con según qué cosas. E, ironías de la vida, la generación más preparada de la historia, con todos los elementos posibles para autoeducarse, ve en ese embrutecimiento corporal y espiritual una suerte de “libertad“.

Debemos dejarlo bien claro: ni drogas libres ni, por supuesto, represión social contra quien ha caído en ellas. Educación y lucha para que quien haya entrado en ellas pueda salir indemne.

En nuestra mano está hacer que el movimiento anarquista deje de caer tan bajo mostrándose a la clase trabajadora como un movimiento que apoya la despenalización y el consumo de drogas. Que nuestra lucha sea incesante contra la droga en general, así como contra los narcotraficantes que envenenan a nuestra sociedad y contra esas instituciones del Estado que desde siempre han permitido la entrada de la droga en el seno del pueblo para apartarlos del buen camino: la Revolución y emancipación de la clase trabajadora.