Ya hay una manifestación de hostilidad social en distintas ciudades del Estado español contra la turistificación de nuestros barrios. La narrativa hegemónica del Sistema y sus medios de comunicación ya han bautizado esta repulsa a la perdida de espacio barrial como “turismofobia”. Este término es como el hembrismo, el racismo anti-caucásico o la opresión anti-heterosexual: no existen. Requiere una estructura de poder, como mínimo social, que ejerza opresión o discriminación contra dicho grupo humano. Y repito que eso no existe. Sin embargo, un término completamente artificial puede ir dotándose de solidez por la repetición constante de la propaganda y también por nuestra incapacidad de establecer un discurso que lo desmonte. Echar sal en la paella de un turista puede ser muy divertido, y seguro que creemos que estamos atacando al modelo turístico, pero la realidad es que solo le hemos jodido el almuerzo a alguien. El turista, al menos el que llega a un destino turístico low cost como Canarias, suele ser un trabajador, generalmente sin demasiada conciencia, que solo busca un lugar barato en el que veranear(32). Joderlo a él, al individuo concreto, puede darnos muchos titulares, más o menos positivos según quién lo publique, pero deja intacto el modelo y facilita la victimización que buscan los especuladores y sus voceros. Si a eso le sumamos ciertos tics de xenofobia en la crítica (“¡fuera putos guiris!”, etc.) ya le hemos envuelto el paquete propagandístico a los medios burgueses sin alterar ni un ápice las ganancias que obtienen los grandes depredadores inmobiliarios que devoran el barrio.

La táctica del sabotaje, importante y respetable, en un lugar como Canarias, donde la población residencial está tan identificada con las bondades del turismo, no se comprendería, no si su objetivo son los propios turistas. El sabotaje debe destinarse contra la estructura, debe dedicarse a hacer daño al modelo, a evitar que siga atesorando inmuebles, que siga encareciendo los alquileres, que siga obteniendo ganancias con el deterioro del barrio, no a cargar contra una familia que dentro de 15 días, de regreso a casa, sólo recordará el asunto como una anécdota. La idea de que molestando al turista particular este dejará de venir es bastante naíf. Para eso haría falta un aparato seudomilitar de acoso constante del que no disponemos y del que sinceramente no sería deseable disponer. Sería la actividad de una vanguardia intentando dirigir la solución de un problema que jamás se arreglará sin la intervención de todos esos vecinos que están siendo desplazados, desahuciados o que corren el riesgo de serlo pronto. Hay que llegar a estos vecinos, juntarse con ellos y colectivamente atacar al modelo; hay que hacer daño en el corazón mismo de la bestia.

Combatir el modelo implica organizar a los afectados en estructuras combativas, desarrollar una serie de demandas u objetivos en torno a los que articular la lucha y estar dispuestos a realizar las acciones necesarias que nos aproximen a dichos objetivos o incluso que los sobrepasen. Paso a desarrollarlo: es necesario crear herramientas que los vecinos puedan hacer suyas, organizaciones como los Sindicatos de Inquilinos que deberían proliferar en toda zona turistificada. Sindicatos que, independientes de cualquier partido e institución, se dediquen a aglutinar a los más damnificados del barrio hasta conceder al enfrentamiento un carácter popular. La lucha contra el turismo masivo debe ser necesariamente una lucha barrial, vecinal, o se limitará a ser una manifestación de malestar de una minoría politizada e identitaria.

Es necesario también articular una serie de exigencias, comprensibles y plausibles, que supongan por sí mismas una batería de medidas y a su vez un programa. Ningún partido o gobierno las asumiría voluntariamente, pues supondría tanto como deslegitimar el modelo capitalista, pero más allá de que algunas medidas sí podamos imponerlas, lo importante es que generarán la tensión necesaria entre la sinrazón del mercado y el gobierno y el sentido común de una reclamación básica: que la vivienda es un bien de primera necesidad, que no puede estar sometida a las leyes de la oferta y la demanda, que no es un activo financiero ni un producto mercantil, que debe destinarse exclusivamente a algo que parecemos haber olvidado: a vivirla.

Un modelo de exigencias podría ser el siguiente(33):

1. Establecer un precio máximo del alquiler en los barrios obreros.
2. Fijar el precio del alquiler en función de los ingresos del arrendatario.
3. Evitar las actividades especulativas de los multirentistas expropiando los inmuebles abandonados.
4. Proscribir el alquiler vacacional en zonas residenciales e impedir cualquier actividad inmobiliaria que promueva la gentrificación en los barrios históricos y populares.
5. Proscribir que las viviendas públicas (sea cual sea su régimen anterior) puedan ser vendidas a ningún particular.
6. Recuperar todo el suelo y las viviendas públicas vendidas a empresas, gestoras o fondos privados.
7. El modelo de arrendamiento, sobre todo en las viviendas destinadas al alquiler social, debe ser el alquiler vitalicio.

En cuanto a las acciones, son también un objetivo en sí mismo. Más allá de las reformas gubernamentales, de las pintadas y los boicots, al modelo turístico se le hace daño si somos capaces de imponerle nuestro propio modelo social. Todos esos pisos y edificios que aún se mantienen abandonados y que sabemos que van a ser destinados al alquiler vacacional, que ya han caído en manos de inmobiliarias o promotores turísticos, deben ser expropiados y socializados, y deben ser ocupados por las mismas familias que han sido desplazadas de sus barrios natales por la gentrificación. Ya decía Kropotkin que “la expropiación de las casas lleva en germen toda la revolución social”(34). Ocupar inmuebles, como forma de arrebatarles la posibilidad de especular con nuestro suelo y con nuestro techo, y como forma de demostrar, con un ejemplo social vivo, que hay otra forma de gestionar la vivienda, otra modelo habitacional que no se basa ni en el capitalismo, ni en el paternalismo público, ni en la propiedad, ni tan siquiera en el alquiler; se basa en la autogestión.

Es imprescindible aspirar a un modelo de vivienda gestionado de forma directa por los propios vecinos. No solo basta con combatir las formas más abusivas del rentismo, como hemos visto con los excesos del alquiler vacacional en esta oleada de turismo masivo; hay que cuestionar el propio principio de la renta, uno de los pilares de este sistema económico basado en la propiedad privada.

Los proudhonianos clásicos consideraban que la explotación capitalista se fundamentaba en distintas categorías económicas que consistían en parasitar el esfuerzo ajeno: la plusvalía en el trabajo(35), el lucro en el comercio, el interés en el crédito y la renta en el alquiler(36). El propio Proudhon fue el primero en exigir la liquidación de los alquileres(37), demanda que heredó la Comuna de París(38) y muchas revoluciones y movimientos posteriores(39) y que languideció cuando las organizaciones obreras asumieron el discurso propietario. Hoy es muy difícil esperar que los nuevos sindicatos de vivienda asuman una medida como esta, pero tal y como los sindicatos laborales combativos deben aspirar a acabar con el trabajo asalariado, los sindicatos de inquilinos deben aspirar a acabar con la renta. Abolir los alquileres puede parecer una propuesta muy extrema, pero ni siquiera el argumentario económico más convencional puede refutar su coherencia. Explicaba Proudhon que el precio que haya podido pagar un propietario por una casa ya se ha amortizado de sobra con varias décadas de alquiler y que el arrendatario adquiere un porcentaje de propiedad con cada mensualidad pagada(40). Según este razonamiento, la mayoría de viviendas construidas antes del 2000 ya han sido pagadas con creces, ninguna retribución merece ya el propietario. ¿Y si esta vivienda se ha devaluado por el deterioro o la coyuntura y ha exigido nuevas inversiones por parte del arrendador? Cuando el mercado fija la revalorización de una propiedad el arrendatario no puede reclamarle nada al casero, ni tampoco el casero está dispuesto a compartir con nadie sus ganancias extras; que se aplique la misma lógica cuando el casero es el perjudicado y que no nos exija al resto que costeemos sus pérdidas. Pero sobra argumentar esto… La mentalidad capitalista debe dejar de marcar los análisis sociales, más cuando hablamos de necesidades básicas.

La cuestión de fondo es que la vivienda debe de romper las cadenas que la atan al mercado, debe pasar a ser un patrimonio social colectivo gestionada directamente por los habitantes del barrio que no esté sujeta a los flujos turísticos ni a los vaivenes especuladores. Quizás parezca excesivo concentrar tanto esfuerzo en el tema de la vivienda, pero es que el barrio no es otra cosa que un espacio común conformado, precisamente, por un conjunto de viviendas, y sujeto por una red de relaciones que quienes las habitan tejen en torno a ellas. Ciertamente, no hay que idealizar el barrio. Es simplemente el lugar en el que para bien o para mal vivimos e interactuamos (muchas familias el 100% de su tiempo). Pero nadie nos puede negar que intentemos que ese espacio y esas relaciones se produzcan de la mejor manera posible. Intentar que sean lo más sanas, igualitarias, solidarias, justas y libres que esté a nuestro alcance. La turistificación destroza esas aspiraciones, destruye el espacio, rompe o vicia esas relaciones y lo hace acaparando nuestras casas. Desde ahí fagocita al resto de la ciudad y desde ahí la totalidad del territorio. Defender la vivienda es defender el barrio, y defender el barrio es tanto como defender el último terreno de estás malditas ciudades que aún podemos considerar nuestro.

NOTAS

32- Ciertamente no se puede generalizar, y es evidente que muchos otros turistas, sean o no de clase alta, sí tienen una mentalidad elitista, colonizadora, que al menos en un destino como Canarias se suele revelar con las típicas manifestaciones despectivas del europeo que viaja a África, del “civilizado” que viaja al “tercer mundo”. No obstante, estos prejuicios no los tienen por ser extranjeros, sino por ser clasistas. No debemos olvidarlo.

33- Esta batería de exigencias las redacté como una propuesta de mínimos para el Sindicato de Inquilinas de Gran Canaria. Como aún está en estudio, y visto lo poco dados que somos al trabajo teórico, puedo aventurarme a compartirla.

34- P. Kropotkin, La conquista del pan, 1892.

35- Aunque el concepto se le atribuye a Marx, ya antes que él P.J. Proudhon explicó el proceso en su primera obra de importancia: ¿Qué es la propiedad? (1840).

36- Esta “trilogía de la usura” aparece recurrentemente en la literatura proudhoniana, desde las primeras obras del propio Proudhon (como la mencionada en la nota anterior) hasta los textos finiseculares de Benjamin R. Tucker como Socialismo de Estado y anarquismo: en qué se parecen y en qué difieren (1896).

37- “Propongo que se opere la liquidación de los alquileres. Todo pago de la renta equivaldrá para el inquilino a una parte proporcional e indivisa de la casa que habite o de cualquiera de los edificios de alquiler que se usen para habitación de los ciudadanos” (Proudhon, Idea general de la revolución en el siglo XIX, 1851).

38- “La idea del alojamiento gratuito se manifestó claramente durante el sitio de París [se refiere a 1870, en plena Guerra Franco-prusiana], cuando se pedía la anulación pura y simple de los inquilinatos reclamados por los propietarios. También se manifestó durante la Comuna de 1871, cuando el París obrero esperaba del Consejo de la Comuna una resolución enérgica aboliendo los alquileres” (Kropotkin, op.cit.).

39- Podríamos citar ejemplos tan paradigmáticos como el Consejo de Baviera de 1919 (“Un comisario del pueblo designado para el régimen de vivienda ordena la requisa de todos los alquileres en el territorio de Baviera. Cada familia sólo tendrá derecho en adelante a un comedor, al lado de la cocina y de habitaciones” [R. Lewin, “Erich Mühsam y la Revolución de Baviera” en Polémica, nº 11/3/1983]) o la experiencia de Kronstadt en el período de 1917-1921 (“A principios de 1918, la población laboriosa de Kronstadt, tras debates en múltiples reuniones, decidió proceder a la socialización de locales y viviendas. […] El primer artículo [del proyecto aprobado por el soviet] declaraba: ‘Queda abolida en adelante la propiedad privada de bienes raíces e inmuebles’. En otros se especificaba: la gestión de todo inmueble incumbirá al Comité de vivienda, elegido por sus ocupantes. Los asuntos importantes relativos a un barrio lo serán en asamblea general de sus habitantes, quienes designarán a los miembros del Comité de barrio. […] Bien pronto quedaron constituidos los comités (de vivienda, de barrio, etc.) y empezaron a funcionar. El plan entró en vigor, haciéndose realidad el principio «Todo habitante tiene derecho a adecuado alojamiento»” [V.M. Eichenbaum “Volin”, La Revolución Desconocida, 1945]).

40- “[..] Cada vez que un arrendatario paga la renta, obtiene sobre el campo confiado a sus cuidados una fracción de propiedad cuyo denominador es igual a la cuantía de esa renta” (Proudhon, ¿Qué es…)