Se condenaron a veinte años de hastío
por intentar cambiar el sistema desde dentro.
Ahora vengo a desquitarme…
Versión de L. Cohen, «First we take Manhattan» por MORENTE & LAGARTIJA NICK, Omega.

A Pablo Molano, a las amigas y amigos, a dos años de sostener el dolor de tu ausencia

TERCERA PARTE – FRAGMENTACIÓN

No nacen jamás en la anarquía los tiranos, no los veis elevarse más que a la sombra de las leyes o amparándose en ellas.
MARQUÉS DE SADE, Juliette

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Quizá, un ejemplo radical para comprender la fragmentación del mundo es lo ocurrido los últimos día en Italia. En Macerata, una pequeña ciudad del centro, parece que un camello nigeriano, de nombre Inocent, mató y descuartizó con un hacha una chavala italiana de 18 años que acababa de chutarse heroína. La encontraron a pedazos en bolsas de basura. Y en casa de Inocent el hacha y restos de sangre. Días después, un facha de 32 años, cogió su coche y una Glock, se dio una vuelta por el centro y se puso a disparar a migrantes africanos. Resultado, seis heridos, una grave. Sin embargo, la clave no está en los extremos, facha, asesino, camello, está en la medianía. La clave está en lo que relataba al Corriere della Sera el abogado del facha, cuando decía que estaba sorprendido por las infinitas muestras de apoyo al pistolero, no solo en internet, sino por la calle, en la misma pequeña ciudad de los hechos.

Cada gesto de derechas, degeneradamente ofensivo y cada gesto de izquierdas, inútilmente compasivo, difracta cadenas de odio y resentimiento que solo la derecha asume como diferentes orientaciones de la existencia. Diferencia existencial, sobre la que no vale la pena discutir. Entre ellas solo cabe mantener las distancias, componerse o pelear.

Cada gesto de derechas, degeneradamente ofensivo y cada gesto progresista, inútilmente conciliador apelan a una Unidad que nadie quiere asumir, cuya degradación en cuanto tal resulta evidente. La unidad soberana moderna se revela unidad del mal vivir. En la crisis como forma de gobierno, la catástrofe se perpetúa como amenaza de catástrofe, el caos como último freno ante el caos. Lo falso se vuelve un momento de lo falso golpeando en el corazón. Por eso las apelaciones tanto a la unidad popular como a la unidad nacional solo provocan más malestar, más angustia de fragmentación, más miseria, masacre, hipocresía.

Dentro de la respuesta masiva, en múltiples manifestaciones antifascistas en Italia, el carácter ofensivo de Palermo ha estado a la altura del odio de la plebe que rezuma la época.

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La fragmentación, según desvela en su libro Josep Rafanell i Orra, apela a un vínculo con el lugar donde se vive, a un vínculo entre los seres, artefactos, construcciones y espíritus que lo pueblan. Apela a una política del encuentro, de investigación comunal. Al transito entre lugares como devenir revolucionario. En el sufismo, la conmoción del encuentro con Allah, del encuentro con lo que es, se explica a través de la experiencia del viaje. Un viaje que es siempre, en el estar juntos sin más tarea que estar, un viaje a la vez exterior e interior, que nunca deja igual.

Toda la manía constituyente, todos los llamamientos a la Unidad Popular apelan a la misma unidad de catástrofe que la metrópoli es como expresión culminante de la modernidad gubernamental. Unidad, bajo un Estado que es la economía, de espacios abstractos, de no lugares, de trabajo entristecido, sensibles pantallas imbéciles, esclavos y amos unidos en el desarraigo.

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Tanto antes como después de una supuesta independencia nacional Catalunya ha estallado ya en fragmentos, articulados entre sí por prótesis gubernamentales. Una mitad de la población no quiere vivir en el Estado español, la otra mitad no quiere hacerlo en una Catalunya independiente, un resto sin nombre permanece sin voz. Fragmentación. Pero los fragmentos pueden existir en cuanto tales perfectamente afirmándose. Su componibilidad terrena y comunal, su apertura y a la vez su densidad y determinación definirán su durabilidad. Comunas y no Estados es lo que algunas y algunos revolucionarios intentan ensayar tanto en el Este como en el Oeste.

La incomponibilidad con los fragmentos franquistas y neofascistas no se resuelve apelando a la Unidad Popular. Se resuelve manteniendo las distancias o bien peleando. La guerra civil no es límite extremo de la vida política más que en cuanto es su origen.

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La percepción de un mundo fragmentado ha chocado con el dogma de la unidad. A pesar de toda la intensa comunalidad que de verdad está todavía desplegándose en tantos CDR, comités locales, de pequeños lugares. Mi objeción al triunfalismo y entusiasmo generales radicaba en el modo de presencia en el interior del conflicto de otoño. Por un lado, parte del área autónoma y libertaria, no los insurres, se había volcado en la fascinación de masa. Cuya experiencia como encuentro y experimentación fue evidentemente positiva. Pero, al menos algunas y algunos, entre los más activos, lo hicieron sin intentar componer una posición diferenciada en el interior de la situación, más bien al revés, deviniendo activistas del triunvirato gubernamental. La captura por el entusiasmo de masa, en ausencia de una posición propia, había sido ya demolida de manera consistente en las «mesiánicas» Tesis de Abril. A partir de aquí, la crítica insurreccionalista era claramente estéril: esto no va con nosotros, solo quieren un Estado pequeño-burgués. La posición estratégica sugería que, participando desde el interior, sin dejarse poner al margen, no tenía sentido hacer de mano de obra de un movimiento determinado por formas ciudadanistas, al contrario, era el momento de dejar paso a la autoorganización barrial: dar un paso al lado y un salto mortal hacia delante. Viajar por el principado yendo al encuentro de seres y grupos inteligentes. Tratar de componer una fuerza de acción y de enunciación. Aunar diferencias deseosas de desbordar el marco institucional, que se tomaran el trabajo de pensar e interpretar, tomando la iniciativa en momentos y lugares precisos. Pero esto fue imposible. O si no lo fue, la borrachera era tan grande que habrá tiempo durante la resaca para ello.

Vicente Barbarroja / G. Sinan