Se condenaron a veinte años de hastío
por intentar cambiar el sistema desde dentro.
Ahora vengo a desquitarme…
Versión de L. Cohen, «First we take Manhattan» por MORENTE & LAGARTIJA NICK, Omega.

A Pablo Molano, a las amigas y amigos, a dos años de sostener el dolor de tu ausencia

CUARTA PARTE – RUINA

Esa tenacidad nocturna, esa recurrente manifestación de inframundos, ese universo de almas en peligro constante alimentaron como savia el tronco de las grandes rebeliones.
ANTONIO GARCÍA DE LEÓN, Resistencia y utopía

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Uno de los problemas que impregnan la situación es la manía de la consigna «Unitat Popular». Hoy, la Unidad Popular ni está dada ni se realiza con la magia propia de las palabras. Ese es el programa populista, dividir ilusoriamente la población articulando conflictos en torno a profundos sentimientos míticos, como la patria, creando un Nosotros y un Ellos que propulse una candidatura de izquierda, que más pronto que tarde queda atrapada en el marco institucional. «Hegemonía sin hegemonía» han teorizado en Brasil. Impotencia. La única Unidad Popular es la unidad en la devastación, como señaló según su etimología Ortega y Gasset y nos ha recordado el Comité Invisible. ¿Qué significa llamar a la Unidad Popular con el 10 % de los votos? Os diré lo que significa, significa someterse a la iniciativa de un Govern que solo quería votar. Y negociar.

Lo que requiere y requería la situación no es Unidad Popular, es diferencia estratégica. En torno al Setenta y siete italiano se elaboró el concepto de diferencia-acción. Una multiplicación de diferencias e iniciativas que profundice el quebrantamiento de la tristeza y la ruptura reclamada de la soledad. La diferenciación ofensiva estratégica, que evita marginalizarse, intensifica las situaciones, siendo capaz de hacerlas resonar e impulsándolas lo más lejos posible. Para partir, en la próxima situación, desde un nivel siempre más alto. Es la intensidad de esas bifurcaciones la que eleva el nivel de los conflictos y no el consenso, que los aplana. Pero en lugar de bifurcar se está siempre esperando a que unitariamente se alcance un nivel que así no llega nunca. Y volviendo una y otra vez a la plúmbea asamblea poblada por activistas a la caza de su propia reputación cibernética, en lugar de sedientas y sedientos de la ingobernable potencia común.

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Desde que en los años ’90 se calificó en el Estado español el lanzamiento de piedras y de cócteles molotov como terrorismo, en el proceso que tendía a equiparar a la entera población con ETA, una ola de dogmático pacifismo asoló a los militantes universitarios patrios. Rolando D’Alessandro lo analizó bien. La impotencia resultante ha catapultado a demasiados seres inteligentes hacia la carrera institucional. Solo desde allí tiene sentido una unidad popular, en cuanto se gobierna.

Más que seguir intentando constituir, cada una desde su esquina, el nuevo gran Sujeto histórico unitario en un mundo en ruinas, sería hora de componer planos de consistencia en los que consiguieran resonar entre sí, ofensivamente, diferencias, fragmentos de mundo, que expresen cada uno a su manera fuerzas determinadas a acabar con un mundo de mentiras. La «independencia para cambiarlo todo» podría serlo sin su esperanza de gobierno.

La esperanza y especialmente la esperanza en el Estado es el perfecto camino hacia la insignificancia.

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Que recuperar el futuro, escapar del campo de escombros que el Estado español es sin lugar a duda era y es uno de los grandes deseos del independentismo, puede verse aún hoy en los mensajes llenos de resentimiento que inundan las redes sociales.

El objetivo de la independencia era escapar de una ruina que, como sugería el psicoanálisis, uno siempre cree que es exterior. Engañándose.

Crear un Estado no va a salvarnos de la catástrofe presente. ¿Hemos oído hablar de la acidificación de los océanos, de la masiva extinción en curso, del Antropoceno? ¿De flexibilización cuantitativa y economía de burbujas, que ahogan en dólares a los ricos y arruinan los abajos? ¿De la guerra mundial que se extiende desde el Paksitán y más allá hasta el Atlántico africano? ¿De la guerra contrainsurreccional contra el entero pueblo mexicano y toda Centroamérica? ¿Estamos tontos o qué? El mundo entero es una ruina, capitaneada por los chiflados de Trump, Putin y el sargento primero de Piong Yang.

Las ruinas son fragmentos significativos, decía Benjamin en el Trauerspielbruch. Ocurre, que en un mundo donde el poder radica en las infraestructuras, siendo poder el ser cuya existencia se impone, las ruinas no son tanto las viejas piedras y columnas hermosas, cuanto nosotros, humanos, árboles, peces, bacterias, hongos, insectos, los seres vivos que transitan entre la desmesura de ambientes metropolitanos hechos de cemento y acero, plástico y silicio.

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La energía psíquica que ha alimentado la revuelta catalana de otoño había sido electrizada, de manera inhabitualmente tan clara, por un sentimiento mítico. El sentimiento nacional.

Que existía una potencia sentimental fuerte es evidente, además de por las sonrisas en rostros extasiados que fueron portada en toda Europa, por los argumentos remitidos a la familia de tantos catalanes independentistas de última hora. Mi abuela no hablaba castellano, mi tía sufrió la represión franquista, mi madre… etc. En la familia se ligan lo sentimental, afectos profundos, con lo mítico. Lo mítico revienta los relojes, nos vincula a tenaces seres nocturnos, almas en peligro constante, inframundos, historias de lucha y renacimiento donde lo que en uno mismo muere cambia la vida. Epifanía de una alteridad devenida común en la revuelta.

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Aunque ciertamente existe un fragmento revoltoso en el independentismo catalán, este es minoritario y más minoritario aún en cuanto se niega la revuelta. Como deseo nacionalista de Estado, el sentimiento mítico nacional se halla dentro de los contenidos de la cultura de la muerte y la cultura de derechas que Furio Jesi analizó de manera brillante. A él seguimos desde aquí.

[Cultura de derechas es] La cultura en la cual el pasado es una especie de pasta homogeneizada que se puede modelar y a la que se puede dar forma de la manera más útil. La cultura en la que prevalece una religión de la muerte o también una religión de los muertos ejemplares. La cultura en la que se declara que existen valores no discutibles, indicados por palabras con la inicial mayúscula, sobre todo Tradición y Cultura, pero también Justicia, Libertad, Revolución. Una cultura, en definitiva, hecha de autoridad, de seguridad mitológica acerca del nombre del saber, del enseñar, del mandar y del obedecer. La mayor parte del patrimonio cultural, también de quien hoy, de hecho, no quiere ser de derechas, es residuo cultural de derechas.

En cuanto nacional y no internacionalista —internacionalismo solo puede querer decir hoy intercomunalismo—, el independentismo ha funcionado como una «máquina mitológica» que reenvía a un pasado ejemplar, una pasta vacía, reposante en sí misma, Catalunya, que, interpretada por una élite exige e impone una proyección unitaria hacia el futuro. Y una conducta obligatoria, determinada por los afectos de quien encuentra seguridad y protección en la nación y el jefe: Pacifismo, escuchar al Líder, defender las Instituciones…

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Nos hemos dejado arrebatar la potencia mítica del internacionalismo revolucionario, por el miedo a los mitos tecnificados del nazismo y del fascismo. Pero el ser humano no es solamente racional, es también mítico. Historia y mito, adulto y salvaje, vida y muerte coinciden en el ser que se arriesga. Al encuentro, la escucha, el tránsito, el amor. Imágenes llenas de una potencia sentimental abismal proliferan en cada existencia humana, volviéndose verdad sensible en cuanto —lejos de una tecnificación que las instrumentaliza, sedienta de poder—, son indesligables de una forma de vida que resiste.

Los mismos compas indepes con los que hablé de todo esto el otro día estaban esquizoidemente divididos por su máquina mitológica nacional. La máquina mitológica aunando imaginariamente, divide internamente sin remedio. Si por un lado defendían con fervor cada uno de los pasos en falso del movimiento adulto, por otro me enseñaban fascinados, a altas horas de la noche, vídeos salvajes de música Rap y Trap, que hablan del mundo Mad Max de los barrios arruinados, de armas y de violencia. Quizá los compas de El Sobresalto sean quienes hayan intuido mejor esta ambivalencia, poniendo en el mismo plano ofensivo a Young Beef y Enric Juliana de La Vanguardia. Tanto el odio de la plebe, dictado por la justicia, como su calma, que sabe interrumpir el tiempo entre minúsculas maravillas, quiere vivir, pues, como se sabe, una máquina mitológica solo se desmonta destruyendo las condiciones de vida burguesas que la hacen posible.

Los chavales del Trap saben que viven ya entre las ruinas, que nosotros mismos somos las ruinas de la época. De ahí el odio y la violencia que destilan. Y la solidez de los vínculos que persiguen. Cortocircuito de la neutralización metropolitana de los afectos. Las ruinas son mantenidas en tanto que ruinas, congeladas y expuestas en museos, en un mundo helado —donde la muerte se opone a una vida vivida como larga agonía. En un mundo temperado, lleno de capacidad creadora, que sabe arder y donde la muerte es el enigmático fondo de la vida, las ruinas se han usado siempre libremente para sostener fragmentos de mundo.

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Catalunya es un signo ejemplar de la ruina que asola el planeta por todas partes, especialmente una Europa envejecida de tics reaccionarios. El hundimiento prosigue y reclama una amplia destitución del presente. Y las experimentaciones están en marcha. Aunque incluso en esos lugares puede prosperar un infierno. A nosotros Pablo se nos suicidó sin darnos cuenta. Su gesto no puede reducirse a ello, pero nuestra falta de atención y empeño está inextricablemente unida a los peligros de la institucionalización de estructuras autónomas. Ésta permite conseguir cosas, al precio de perder viveza y calma, atención en torno y disposición al viaje. Juntos.

Me duele ver repetir continuamente esquemas que apenas sirven para mantener en pie experiencias que se mueren de frío. «Hay que hacer algo» y «al menos estamos haciendo algo» son dos frases que denotan más inercia que atención, que inteligencia sensible, estratégica. ¿Cómo componemos buen vivir? ¿Qué estamos buscando? ¿Dónde estamos atacando… tanto en nosotras y nosotros como fuera?

Dotarse de estructuras no es suficiente. Olvidamos fácilmente nuestro ser ruinas del tiempo, cuyo arte de composición es opuesto al arte de gobierno, también microburocrático, arte indigno que como dijo un revolucionario «solo ha producido monstruos».

Frente a congelados modelos de lo colectivo —«esto es tarea de comunicación», «¡comisiones!», «¿por qué no viene nadie a gestión?»—, respuesta llena de angustia a la catástrofe de la urgencia, habría que atender a lo que trae la situación. La misma iniciativa puede ser nefasta en un momento, favorable en otro. Y si algo nos ha enseñado la vida de mierda capitalista es que si uno está siempre atareado no puede nunca dedicarse a lo que ama.

Atender a lo que ocurre y aprender a despojarse, no solo de esquemas, exige una disciplina interior y una confianza de las que estamos faltos. Atender a lo que ocurre, agudizar la sensibilidad, afinar la percepción en el ahondar las grietas existentes. Para resquebrajar los hilos infraestructurales de gobierno que mantienen la unitaria catástrofe en pie. Abriendo en el aire armonías inauditas. Comunismo. Experiencia del silencio.

Una esquizoide máquina mitológica existe en cada una y cada uno de nosotros. Como en nuestros colectivos. Separando tristemente nuestro ser niños salvajes de nuestro saber-hacer adulto. Destituir las condiciones de vida burguesas que la mantienen funcionando significa destituir esta separación. Fin de la fiesta culpable, fin de la tristeza en la actividad.

Vicente Barbarroja/G. Sinan
Entre Catalunya y Lombardia, febrero de 2018